1 Hora en Argentina

Hace un mes, prometimos no carretear la noche anterior al viaje, teníamos una semana entera para webear en Brasil, y sabíamos del inminente riesgo que significaba lanzarnos ese sábado, sobre todo porque el vuelo era el domingo a las 8 am. Quedó sacramentado, tanto así que lo sellamos con un fernet al seco.

Ese sábado, todo estaba listo y coordinado, mí compadre Choco debía llegar a mí casa (el campamento base) tipo 22.00 para alcanzar a ver los últimos detalles del viaje y dormir un par de horas antes del vuelo. Pero a las 21.30, el WhatsApp traicionero llegó a mi celular. Matías (nombre oficial de Choco) se había ido de copas con unos amigos, que le organizaron una despedida sorpresa, y no podía decir que no, así que el arribo a mí palacio se retrasaría hasta las 00.00, cuál cenicienta. Incluso la promesa fue complementada en un audio de minuto y medio, donde puso la amistad sobre la mesa si es que no llegaba a la hora prometida.

Así me quedé dormido mientras veía Chernóbil en Netflix, confiando en recibir la llamada de Matías en un par de horas más. Cómo era de esperarse (ingenuamente no lo vi venir), la llamada no llegó ni a las 12, ni a la 1, ni a las 2. Cuando me levanté a mear, a eso de las 4.30 am, sonó el teléfono. Era Matías, miré de reojo y no contesté, quise hacerle la vida un poco más a cuadros. A la tercera llamada contesté. Al otro lado de la línea, mi amigo, con una mezcla entre arameo e italiano medieval, me pedía 10 veces perdón antes de suplicar que le abriera la puerta.

Cuando entró, el hedor que expelía su cuerpo, junto con el tufo alcoholizado que se sintió desde que se bajó del ascensor, evidenciaban que el consumo esa noche había sido mínimo de 10 piscolas. En eso le vino la bipolaridad y al mismo tiempo que lloraba por haber llegado tarde, bailaba al ritmo de la samba, festejando que se venía una semana llena carnaval.

Conversamos un rato y tomamos el Uber hacia el aeropuerto ¡cómo me cagué de frío con ese vidrio abajo! El aroma a piscola remojada no se le salió ni con la ducha que se mandó antes de salir ni con la media docena de chicles que se iba comiendo. Que tortura fue estar a un metro de distancia de mi compadre esa mañana.

Ni contar las 2 horas del primer vuelo entre Santiago y Buenos Aires, nuestra primera escala antes de partir a Brasil, ¡un parto!

Buenos Aires nos recibió con una llovizna suave, calma. Invitando a un buen café con unos alfajores. Bajamos del avión y al entrar al aeropuerto, un cartel que dice “pasajeros en tránsito, por el 2° piso” es el primero en recibirnos.

  • Debemos ir al segundo piso parece Choco -, le digo a Matías.
  • Vo no cachai nah, se nota que eres huaso. Sígueme weon, es por acá. Si yo he viajado hartas veces -, Me responde Matías.
  • Pero si acá dice otra cosa pues, si estamos en transito debemos ir al 2° piso.
  • Como se nota que eres de Buin. Sígueme weon, si yo he hecho esto varias veces.
  • Sale, ya confié en vo y no cumpliste.
  • Entiéndeme, tuve que elegir entre comer y tomar gratis o llegar temprano a tu casa, y te tocó perder por goleada.
  • Ya weon, confiaré en ti, pero esta es la última.

Es la primera vez que viajo fuera de Chile y como Matías tiene varios timbres en su pasaporte, le di el beneficio de la duda, total, la voz de la experiencia vale.

Cuando llegamos a la parte de inmigración, nos separamos para entregar los documentos. En eso, la encargada de la “migra”, cómo le dicen acá, me timbró el pasaporte y me dijo con voz dulce “Bienvenido a la República de Argentina”. En ese preciso momento supe que algo andaba mal. Más aún cuando miré dónde estaban atendiendo al Choco y veo que se devolvió del box de la “migra”, al mismo tiempo que el guardia le hace unas señas de que debe ir en dirección al segundo piso.

El Choco me buscaba con la mirada y yo que estaba al otro lado de la mampara, le hago señas. Nos acercamos y un guardia se pone en frente mío y me dice que no puedo avanzar, que estoy en territorio argentino y para pasar al otro lado debo estar en tránsito o con un pasaje nuevo.

Por más que le tratamos de explicar la situación, el guardia se posa firme en la mampara, impersuasible, como una gárgola de la catedral de Notre Dame. Después de 10 minutos de dimes y diretes, toma la decisión de no respondernos. Le hablamos con Matías, que me deje pasar, que fue un malentendido, pero nada. Solo nos responde con su mirada fija en el horizonte. Cómico que en Argentina un “Poli” actúe como la guardia real de la Reina Isabel.

Llega otro guardia del aeropuerto y me invita “amablemente” a retirarme. No me quedó otra que hacer caso y salir hacia la zona de los counter a buscar mi nuevo boleto. Miro de reojo a Matías con mí mejor cara de odio, menos mal no me miró, sino tendría que haberse santiguado con algún chamán del amazonas. Mis ojos escupían fuego.

Mientras paso por aduanas, el operario me pregunta “¿solo shevás un banano?, ¿Tenés algo que declarar?” mi cara de pocos amigos creo la identificó al vuelo y no me miro más. ¿Acaso iba a llevar una sandía en el banano? ¿Un loro? ¿O a un chino contorsionista?

Salgo al piso principal del aeropuerto y me recibe esa tropa de taxistas que se juegan la vida por rescatar una carrera al centro. Para tomarme la situación con humor, negocio con uno de ellos un viaje inexistente al Obelisco, con mi tono argentino entre Charly García y Maradona con resaca. El taxista al ver que lo estaba jodiendo, me mandó una puteada digna de una final de baby fútbol en la peni.

Hago la fila en el counter y obtengo el tan preciado ticket. Luego paso por el control aeronáutico y después de unos minutos, nuevamente me encuentro en a fila de la “migra”, pero esta vez del otro lado. Me timbran el pasaporte e ingreso a la zona de embarques. En eso, el Choco me llama y me dice que está al lado de la puerta 8, que me tienen una sorpresa.

Paso por el duty free y me hago esperar, es lo mínimo que se merece ese desgraciado. Después de media hora llego al lugar indicado y Matías me está esperando con una cerveza helada y una milanesa italiana. Ante tan noble gesto, mi enojo pasa a segundo plano y la culpa de Matías se libera. Nos cagamos de la risa y brindamos por el viaje. No han pasado ni 3 horas y ya casi quedamos abajo del avión y por una hora fui inmigrante ilegal en Buenos Aires.

Para ser la primera milanesa que pruebo, no anduvo nada mal.

Es el primer día de nuestra travesía y mi pasaporte ya tiene 4 timbres.

!Compártelo!

Post Relacionados

Suscríbete

!Mantente al día con los últimos post!

***Revisa tu casilla «Promociones» o «Social»