Papá:
Te escribo desde las 4 paredes que han sido mi prisión nocturna durante las últimas 5 jornadas. Celda conocida, que ha sabido de alegrías, celebraciones y sueños. Pero que en estas 5 noches se ha convertido en una jaula con vida propia. No sabes el sentimiento que me da el entender que lo que en un momento me dio esperanza, hoy me da tristeza. Entender que las mismas 4 paredes que un día dieron vida al sueño de “La casa propia” sean las que hoy me tienen encerrado, lleno de angustia, pena y dolor. Quisiera maldecir esta jaula, pero no puedo, porque si no mañana mi desayuno será más frío, el almuerzo más agrio y la soledad más desértica. Tampoco puedo agradecer el estar seguro dentro de estas 4 paredes, ya que esa seguridad coarta mi derecho de libertad.
Misma libertad que prometiste nunca perdería. Cuando me juraste, con lágrimas en los ojos, que esos 17 años de lucha no serían en vano. Que tus incontables silencios productos del miedo, habían llegado a su fin. Y que a pesar tu sufrimiento, estabas feliz, por qué sabias que ni uno de tus hijos viviría alguna de esas frustraciones, ni siquiera en sueños.
Siempre me dijiste que debía estudiar para ser más que tú, pero no más que el vecino, que las comparaciones eran idiotas. Que debía ayudar al que tenía menos, ya que no todos tenemos las mismas oportunidades y, además, nunca sabría cuando esa mano podría venir de vuelta. Que no importa tu apellido, tu color de pelo, ni la marca de tu auto. Solo el hecho de estar vivo, ya te hace igual al de al lado.
Desde mi casa, que esta noche funciona como centro de reclusión, te escribo con pena, con el estómago apretado y la garganta hirviendo en rabia. No me metí en problemas, pero igual estoy preso. No estamos en guerra, pero igual hay compatriotas caídos a manos de desalmados con permiso para percutar. Fui a pelear por mis derechos, como siempre me enseñaste, pero me tuve que arrodillar para que no me dispararan. He llorado, me he ahogado, he caído y me han hecho retroceder. Pero en ese momento, han llegado todas esas manos de vuelta que un día prometiste. Pero no en plata ni en pitutos, sino que, en limones, agua con bicarbonato y manos amigas, que me han hecho entender todo lo que tu y mi pueblo pelearon hace tiempo: El derecho de vivir en Paz.
Entiendo el dolor que debes sentir al recordar todos esos años de abusos, injusticias y silencios dolorosos. Pero desde aquí te digo, que, aunque no sepa cómo vivir este momento, lo haré con valentía y sin miedo. La fuerza pública nos hará retroceder, pero junto al pueblo sabremos levantarnos y gritar nuestras demandas con mas fuerza. El amor será nuestra cura contra la angustia, la pena y el dolor. Sabremos como enfrentar al poder, al dinero y la avaricia de los que mas tienen, hasta que la igualdad sea un derecho y puedas tu y tus nietos, caminar por las avenidas de un país mas justo y equitativo.
Hoy ya no existe el miedo, hoy tenemos coraje. Como dijiste alguna vez: “De los valientes se escriben historias”.
Y esta semana, fue solo el prólogo.
Un abrazo fraterno
Eric