Con esto de la cuarentena, las distancias se han hecho más largas y los días más cortos. De dos semanas, pasamos a 5 meses y la cosa tiene mas ganas de seguir que de irse por la puerta de atrás.
La soledad no es una buena aliada para el confinamiento. La ansiedad y la nostalgia se vuelven compañeras cuando los domingos llegan una y otra vez. Ya son veinte y tantos los que se han ido y una docena más amenazan con llegar.
Sin embargo, hay algo que hace que mis domingos no sean tan muertos, tan pálidos. Cada séptimo día, a la hora de almuerzo, justo antes de caer en la sobremesa del merlot, llamo a mi abuela Aurora para saber cómo está. Desde mediados de marzo, sagradamente todos los domingos marco el número de su casa. A veces a la 1, otras veces a las 2 y media, todo depende de la resaca que lleve y también de cuánto se demore en llegar el almuerzo. A veces se enoja porque me atraso en el horario, pero dice que no importa, porque según ella, hace la hora lavando la loza o leyendo alguna de sus novelas de Corín Tellado (¡que coqueta me saliste!).
Sin embargo, mi tía Carmen, que vive con ella, me dice que, todos los domingos después de almorzar, Aurora se sienta al lado del teléfono a esperar mi llamada. Se mueve solo para ir al baño. Incluso le pidió a mi tía que comprara un cable más largo, para hablar por teléfono en la comodidad del sillón, con los pies estirados encima de la mesa de centro.
La cédula de Aurora indica que nació el 33´, pero ella dice que recién a los 5 años sus padres fueron a inscribirla al Registro Civil de Pelequén, el mismo día que la bautizaron. La sequía en su piel avala esa teoría, lo que no guarda relación con sus capacidades cognitivas: Su mente sigue tersa y su corazón continúa blando, igual que cuando me tomó en brazos por primera vez.
Cuando pequeña, escuchó por la radio el desembarco de un gigante acorazado llamado Winnipeg. Fue parte de las primeras mujeres en votar en una elección presidencial. Por la misma radio se enteró que en Valdivia fue el epicentro del terremoto del 60´ y en las elecciones del 70´, fue parte de los centros de madres que apoyaron a Salvador Allende en su candidatura a presidente.
Mi abuela solo llegó hasta 4° básico. La vida de campo y una avanzada enfermedad de su madre, la hicieron abandonar el colegio y dedicarse a las labores del hogar. Con ese precario galardón académico, pudo criar a un batallón de 7 hijos y al triple de nietos, todos bajo la misma doctrina dicotómica del socialismo y la iglesia.
En la última llamada dominguera, sentí a Aurora un poco agitada y con una preocupación latente. Fue tanto, que le pregunté que le pasaba:
– Abuela, ¿le pasa algo?
– ¡Ay, José!, ¡bah, Samuel!, ¡ah, Marcelo! ¡Ay, cómo te llamas niño por Dios!
– Eric abuela, hace 33 años que me llamo igual
– Ya, pero no me retes, que se me confunden los nombres con tantos nietos
– Ya, no se haga la loca, ¿qué le pasa?
– Es que di vuelta la casa por todos lados y no encuentro mi carné
– ¿Pero cómo?, si no ha salido po´, debe estar por ahí en algún lado, en su chauchera o en uno de sus delantales
– Pero si busqué por todos lados niño, y no lo encuentro
– Dígale a mi tía Carmen que le ayude
– Pero si con ella busqué y no pudimos hallarlo
En ese momento, su voz se quebrajó y por el teléfono emergió un pequeño llanto, que, con los segundos, se convirtió rápidamente en una avalancha de lágrimas. Traté de tranquilizarla, pero fue imposible. Pasado unos minutos, escuché que mi tía le llevó un vaso con agua y la abrazó para tranquilizarla.
– Pero abuelita, no llore, si lo puede sacar de nuevo
– ¡Pero si no puedo salir! Con suerte me dejan ir a la plaza de la esquina dos veces a la semana, ¿Cómo voy a sacar mi carné?
– Ya, pero si no necesita su carné. Mi tía le retira la pensión y en el consultorio la conocen todos, no creo que le haga falta aún.
– ¿Cómo qué no? ¿Y para ir a votar?
En ese momento, dejó de sollozar y su tono de voz se tornó tenso, desafiante.
– No porque esté vieja significa que no iré a votar. Desde el 52´ que he ido a votar siempre. Incluso en el 80´, cuando nos hicieron votar en el plebiscito trucho ese, con los milicos casi dentro de las urnas.
– Ya, pero queda tiempo todavía abuela, las votaciones son en octubre.
– Si, pero uno nunca sabe. Estos de derecha son capaces de todo con tal de que no votemos. Siempre han sido igual, ¿Y si no puedo sacar el carné de nuevo?
– ¿Y donde se acuerda que lo dejó por última vez?
– En mi chauchera po´. Y no me trates de vieja con ese comentario, que ya se para dónde vas.
– Para nada abuelita, solo trato de ayudarla a recordar. A todo esto, ¿cómo va a votar?, ¿sabe cómo es el voto?
– Pero obvio pos mijo, por el Apruebo. Llegué a 4° básico, pero no soy tonta. Estos ricachones creen que todavía tienen el poder, pero no saben que se les acabó la cueca. Lo que no entiendo mucho es eso de los constituyentes o constitutivos, no se como se llama la cosa, pero estoy leyendo harto diario y viendo harta tele para informarme ¿Y tú, como vas a votar?
– El voto es secreto po´ abuelita, no sea metiche
– ¡Ay, Él po´!, como si tuvieras muchos secretos. ¿Cuántas veces no te vi a poto pelao cuando chico? Así que no tienes mucho que esconderme
– Jajaja. Que pilla saliste. Votaré Apruebo abuelita
– Qué bueno mijito ¡algo bueno que hayas aprendido! Ya, te dejo que seguiré buscando hasta encontrarlo. Y si no lo encuentro… Una de dos, o me volví loca o en esta casa hay duendes.
– Bueno abuela, siga en su búsqueda. Cualquier cosa le dice a mi tía que me llame. ¡La quiero mucho!
– ¡Chao mijito!
Al cortar el teléfono, le hablé a mi tía por Whatsapp. Me dijo que la abuela tenía mucho entusiasmo por votar. Sobre todo, después de que un día escuchó en un matinal, que era inconstitucional el proyecto de unos diputados para aumentar la pensión básica solidaria, que mi abuela recibe hace más de 30 años. Así que cuando entendió que el plebiscito era para cambiar la constitución, se abanderó por el Apruebo y quiere encontrar su carné a toda costa. Me dijo que no la veía tan entusiasmada desde que ganó el No.
La próxima semana, el Registro Civil irá a la casa de Aurora para sacar nuevamente el carné. Ella insiste que hay duendes en la casa. Yo no creo, los duendes no son tan ciegos como para ser de derecha
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