(Rezagado de Navidad)

No tengo celo de las arepas, porque tenemos pan amasado,

No envidio a sus misses, porque la Bolocco es nuestra,

No añoro sus quesos, los de Puerto Octay son de clase mundial.

Y para que hablar del fútbol.

Sin embargo, hoy advertí que son inmensamente admirables.

Y fue difícil, porque tuvo que pasar un huracán de lágrimas antes de calmar la respiración y notar que lo que estaba pasando, ustedes ya lo habían vivido hace años. Mi llanto fue como querer inventar la rueda en el siglo 20, pensando que el añorar era exclusivo de mi propiedad.

No sé cómo lo hacen para seguir contagiando sonrisas estando lejos de los suyos. Tal vez ya se acostumbraron, pero yo no veo cómo.

En este momento, recibiría como un diamante ese pack de calzoncillos que mi tía sagradamente nos regala a todos los sobrinos para navidad. Probaría como un caviar, ese pollo arvejado de mi abuela, que, simple y todo, nunca le faltó amor.

Ahí noté que los envidio.

Ahí noté que somos iguales.

Nunca tuvimos diferencia, somos hermanos de la distancia.

Somos mango bajito cuando se trata de extrañar.