Usemos los dedos para contar los besos que faltan.
Que lo temerario sea imaginar el final, para hacer el presente eterno.
Apuntar al otro dirá cuánto amor me falta. Y cuanto estoy dispuesto a entregar.
Cambiemos el orden de las cosas. Solo así demostraremos que el dinero y el poder fueron invento de los cobardes. Como excusa para salir de las cavernas del miedo.
Hagamos que el mundo gire en otra dirección. Que el alba sea a medianoche y que el vino se coseche en primavera.
Que la riqueza se mida en “Te quiero”. Y que los abrazos tengan monopolio del poder.
Así la pena no será tan larga, se acortarán los laberintos. Y podremos encontrarnos, al final.
Siempre estuvimos en el mismo lado, bailando al son de los cobardes. Creyendo que la alfombra roja y el caviar de Hotel eran la luz al final del túnel.
Por años vivimos en la oscuridad de ese Túnel. Esperando que la fila avanzara para llegar al ansiado destello.
A los flashes, a la casa con piscina.
El Túnel sobrepoblado dejaba salir a pocos, como un embudo hacia la felicidad.
Felicidad engañosa, que solo busca adeptos para seguir fomentando un ideal malévolo.
Para unirte a ellos, prometen autos italianos y colegios europeos. Solo debes incluir a tu familia, cercanos y hasta al perro. Como si la vida fuera una campaña de Herbalife.
Vendemos nuestra juventud (¡cuánto te extraño!), a un sistema de caudal torrentoso, que desemboca en el mar de desventuras y soledad.
Pero allá afuera, en la luz que nos venden, no hay besos que falten, porque no existen. Y los abrazos no tienen poder, el monopolio es la billetera.
Ahí extrañas el Túnel. Donde los autos tienen un caballo de fuerza y la calefacción es a leña. Donde se comparte el pan añejo y la bolsita del té dura 3 tazas. Ahí, donde hubo gente que pasó frío por cederte la frazada.
En la oscuridad del Túnel sobran los abrazos y no faltan besos.
Cómo el cielo siempre es negro, puede amanecer a medianoche. Y en Septiembre, comienza la vendimia.