No salió como planeado

Photo by Andrew Keymaster on Unsplash

En un acto poco recurrente de mi parte, antes de comenzar, ofrezco mis disculpas. No por algo grave, sino mas bien por una estupidez que exige la juventud contemporánea: “Alerta de Spoiler”.

Estoy en un viaje por el viejo continente y debí escribir la semana pasada sobre el adiós a mi hogar y las mil sensaciones que pasaron y siguen habitando ese pequeño subterráneo llamado nostalgia. Pero no escribí palabra alguna.

También adeudo el texto sobre los primeros días del viaje, incluida la despedida con llanto en el aeropuerto. Las 12 horas de viaje, lo enredado que es el metro de Frankfurt y el tour completo por la ciudad. Las comidas poco agradables, las paredes meadas y puentes rebosando de candados enamorados.

Y en las líneas que siguen, deberían leer lo monumental que es la puerta de Brandenburgo. Lo estremecedor que es el memorial a los judíos asesinados en Europa. Lo monótono que es el frío en las calles de Berlín o sobre el simpático uruguayo malabarista que topamos en el semáforo de la Torre de la Victoria, también en Berlín.

Lamentablemente, mi propósito de escribir reseñas sobre las ciudades que visitaremos no iniciará como acordado con el editor. Como consejo: No prometan cosas que no sienten propias, por mas que suenen bonitas o que en el papel se vean interesantes.

Si bien, escribir para tu propio blog tiene algo de ego, no puedo continuar la historia sin mencionar a quien me acompaña en esta aventura europea: Mi gran amigo Luis. Lucho para los amigos o “hijo de la roba choclos”. Todo depende del día o de las respuestas que emergen intempestivamente de su boca.

Si hoy hubiésemos caminado por la Avenida 17 de Junio en vez de cruzar por el parque Tiergarten, estarían leyendo una reseña periodística sobre Berlín. Les estaría contando sobre lo caluroso que es el U-Bahn (tren subterráneo) o los 5 euros que por error le di de propina al viejo que tocaba el clarinete fuera de la catedral.

Caminamos 8 horas y media, y las siguientes palabras se enfocarán en 5 minutos.

Si, 5 minutos.

En esas 8 horas y media, tomamos 183 fotos entre los dos, y solo les hablaré de 2.

Si, 2 fotos.

2 fotos con la misma imagen…

Mientras caminábamos por las calles peatonales del parque Tiergarten, entre estatuas previas a la 2° guerra mundial y árboles con recuerdos de amores incompletos, divisamos a una niña de unos 5 años, que corría persiguiendo burbujas.

Sus pequeñas botas de agua corrían de un lado a otro, pisando las hojas húmedas que dejó el invierno. El morado de sus botas le combinaba con su gorro de lana, del mismo color. La parka gris hacía contraste con el colorado de sus mejillas y sus pantalones de jeans daban cuenta de un par de aterrizajes forzosos en el pasto.

Nos llamó la atención la cantidad de burbujas que volaban entre arbustos y estatuas. La brisa matutina ayudaba a que los pompones de aire buscaran refugio en la copa de los árboles, lo que hacía imposible para la pequeña berlinesa poder alcanzar alguna. Sin embargo, esta reía enérgicamente solo con el hecho de mirar las burbujas perderse en lo alto.

Caminamos unos 10 pasos y descubrimos el origen del espectáculo: Un hombre de avanzada edad, que asumimos era su abuelo, tenía en su mano una cuerda de unos 2 metros de longitud, con diversos hojales distribuidos a lo largo de la cuerda. Cada cierto tiempo hundía la cuerda dentro de un balde, que tenía dentro la típica solución de agua con jabón. Luego estiraba la cuerda en el aire y la misma brisa matutina se encargaba de crear burbujas al por mayor.

El anciano hombre perseguía a la niña con la cuerda, con la intención de crear burbujas en cada paso que daba. La niña arrancaba y luego se devolvía en búsqueda de alguna.

Ambos saltaban, reían y celebraban con el juego. Con Luis solo atinamos a guardar silencio y contemplar aquella escena con los ojos cristalizados y los pelos de punta. Fue inevitable para ambos recordar los escasos momentos de nuestra infancia donde nos sentimos como aquella niña.

No hizo falta saber en detalle cuales fueron esos momentos.

Luego de 5 minutos de observar la escena, nos miramos y reímos cómplices. Cada uno tomó una foto y continuamos la caminata por el parque. Dejamos que ese momento único siguiera su rumbo y rogamos al destino que quedara para siempre en la memoria de aquel abuelo y aquella nieta.

Sin querer, la pequeña “cazadora de burbujas” nos recordó que alguna vez sonreímos sin una explicación lógica, solo por diversión.

5 minutos, 2 fotos, una en cada celular.

A veces la vida trae sorpresas sin envoltorio, sin aviso. Llega con escándalo y se queda en el umbral de la puerta, esperando las gracias.

Hace unos años, la hubiésemos echado a patadas y puteadas, pero ahora la abrazamos y la invitamos a cenar. Ya no tememos a abrir el cofre del pasado. Entendimos que morder el polvo no siempre significa perder.

Con Luis somos como esas licuadoras antiguas. Hace años se nos quebró el vaso de vidrio, pero seguimos funcionando, aunque sea con vaso plástico.

Pd: Visiten Berlín, cada esquina tiene una sorpresa.

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