Mural

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Hace un par de semanas, gané un premio por un texto que envié a un concurso de cuentos populares, acá en Santiago. (“Se me perdió el carnet”, búsquenlo en el Blog)

A pesar del 2° lugar, mis amistades y familia estaban contentos por el logro, y aunque en la foto oficial no estuve en la cúspide del medallero, para ellos fui un ganador.

La celebración, acorde a los tiempos, fue vía Zoom y contó con licor en exceso, risas al por mayor, llanto al detalle y algo de marihuana que casualmente encontré en el estuche de los lentes.

Era miércoles y al otro día todos trabajábamos, así que, con el pasar de los minutos, la gente se fue desconectando poco a poco. Mi fiel amigo Matías se quedó hasta el final. Sin embargo, tipo once y media, la tercera cabeceada de la noche hizo aterrizar su frente en el teclado, así que, sabiamente, decidió partir a los brazos de Morfeo.

Me quedé solo, con la reunión abierta, por si algún Lázaro revivía del sueño o de curiosa o curioso volvía a la celebración en alguna vuelta al baño. Estaba prendido y quería seguir celebrando. La felicidad estaba intacta, quedaba harto por enrolar y media botella de pisco por delante.

Una hora después me fui a acostar, la hierba comenzó a hacer efecto. El exitismo y el miedo me invadieron y comencé a alucinar con mi futuro, imaginando, tal vez, que ese premio era el primer escalón a una pseudo carrera de escritor de media monta.

En ese preciso momento, recordé a mi amigo Luis y su archi-conocido refrán: “Tengo más hambre que hijo de poeta”. ¡No, por favor! Si en alguna oportunidad tengo descendencia, no quiero que pasen hambre. Bueno, hambre podrían pasar, como me ocurre todos los días de vuelta de la pega, pero no hambre por falta de luca para el pan.

Inútilmente pensé: – ¿Los hijos de Nicanor habrán pasado hambre? –  Los de Neftalí y el adoptivo de Gabriela sé que no, obvio. No soy de lanzar el tejo tan pasado, por eso mi figura mas cercana fue Nicanor. Aparte, en la noche no me da por escribir versos tristes, soy más devoto de la buena mesa.

Traté de buscar la historia de Nicanor en internet, pero el bajón pudo mas y me levanté a comer un trozo de pizza que quedaba en el horno.

Estaba consternado, un hobbie que comenzó como vía de escape a la angustia, había sido premiado por un jurado especializado. Ahora no sabía si comprarme una pipa y una boina, o seguir con mi vida paralela de número matutinos y metáforas nocturnas. Ni Chayanne cantándome al oído me sacaba del bosque de miedos y dudas.

Cuando volví a la cama, ya pensando en la fecha que debía renunciar al trabajo, vino a la mente una traicionera pregunta: ¿Qué es lo que mas te aterra de ser escritor? No sabía que responder, las variables eran muchas: ¿Y si no le gusto a la mayoría? ¿Y si termino vendiendo calendarios de bolsillo en la micro, con mis estrofas en el dorso? Esto último no daba miedo, pero el exitismo de la sociedad me invade de vez en cuando.

Después de varios minutos, vino un claro dentro del huracán de ideas. Lo descubrí, por fin. Lo que más me aterraba de transformarme en escritor, era que uno de mis textos fuera viral (nótese “viral” y no “famoso”, hay que ir acorde a los tiempos) y terminara siendo parte del circo chileno de influencers. Que alguna marca me pida ser rostro de supermercado, o de un teléfono con pantalla increíble. Y que eso, fuera suficiente para que el alcalde de Buin pusiera una calle con mi nombre.

Sé que puede sonar exagerado, pero cuando la hierba abunda, la mente suele pasearse por laberintos jamás explorados.

Y ahí estaba, acostado mirando el techo, imaginando una calle con mi nombre. No lo podía creer, que patético.

No lo sé, hay personas que merecen tener el nombre de una calle: Bravo, Isla, Lemebel o Violeta. Gente que dejó huella en la cultura o que al menos te haya hecho gritar un gol. Me atormentó tanto la posibilidad de que mi nombre adornara alguna esquina, y que fuese un punto de referencia para algún negocio o una primera cita, que comencé a transpirar.

Lo primero que pensé es que sería aburrido. ¿Se imaginan juntarse en “Balmaceda con Acuña”? No, no rima ni pega. Aunque si se diera el caso, sé que mi abuela y mis tías harían campaña con el arzobispo para cambiar la iglesia de su actual ubicación, en Condell con Pérez, a la nueva esquina de “Acuña con… Algún libertador, algún fascista de épocas añejas o un cura violador”.

Al valiente que ose poner un negocio en esa esquina, quebraría al mes de inaugurado. Y la primera cita coordinada en esa intersección, no tendría mayor futuro que el fracaso.

Por otro lado, alguien que tiene el honor de llevar el nombre de una calle, debe poseer un pasado intachable, o por lo menos, que no se conozcan sus caídas. Lo que, en mi caso, sería lo opuesto a la regla. Solo basta con dar una vuelta por Facebook para que el consejo Comunal niegue la petición de facto, y ni hablar de el anuario del colegio. Ojalá en esa época, cuando se decida el nombre de la calle, Fotolog haya cerrado todas las cuentas, caso contrario, sería una afrenta a la moral y las buenas costumbres.

Peor aún, si es que, en alguna celebración comunal, al igual que en las familiares, mi madre se excediera en el ponche y comenzara a contar a viva voz que me hacía pipí en la cama hasta los 12, traería consigo la vergüenza pública y no poder entrar nunca más a mi querido Buin.

Si, me meaba hasta los 12. El miedo a la oscuridad, (presente hasta hoy), y la manía infantil de soñar con delfines, no ayudaron mucho en la misión diaria de no mojar las sábanas. Pasé la infancia acostumbrado al aroma del meado, orina bien alimentada, bien hidratada, pero orina al fin y al cabo. Como todo en mi infancia, la hebilla fue la solución al periplo diario de mi madre de cambiar las sábanas y poner unas limpias.

 

Me dio miedo, y mucho. Chayanne persistía con su canto para que olvidara los miedos y dudas, pero su voz se mezclaba con “Tu pirata soy yo”, y no entendía bien el mensaje.

Tenía miedo, miedo a que me tildaran de escritor y no supiera explicar lo que es una metáfora. Sería tan penoso, como si un zapatero no supiera abrochar los cordones. Miedo a que pregunten: ¿Qué editorial publicó tu libro? Y decir entre dientes: Ninguna, fue auto-publicado. Y que eso fuese merecedor del escrutinio público que finalmente me llevaría al fracaso, a arrepentirme de firmar la renuncia y también de embarcarme en esta carretera del Word, el auto-corrector y el Rincón del Vago.

Dicen que los miedos internos esconden sueños y ansias. Por ejemplo, temer a la oscuridad, podría ocultar un deseo interior de tener visión nocturna. O el miedo a triunfar en algo, podría esconder dentro, bien adentro, que temes al ridículo.

Pensándolo bien, si quiero una calle con mi nombre, pero una sin salida. Con un mural al fondo que tenga los rostros de todos los escritores, pero esos con coraje, esos que firmaron la renuncia, pero no a su pasado, sino que a sus miedos. Ojalá que el mural tenga una imagen de las Torres del Paine, y en la esquina inferior, un Tag que diga “Piñera Qlo”.

Y, obviamente, que un bar de mala muerte adorne su vereda, iluminada por un poste de luz que parpadee toda la noche y con las paredes todas meadas, para sentirme como en casa.

Un comentario

  1. Kajajaajajajaj la analogía del Meado muy buena, mas hambre que perro de gitano ajjajajajaja

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